Transeuntar

Una instalación de Adela Picón
Instituto Cervantes Viena, del 2 de abril al 20 de junio 2009.

Mauro Abbühl

“¿Se habrán mojado los pies?”, nos preguntamos quizás al contemplar una fila de zapatos de todos los tamaños, formas y estilos, rellenos de papel de periódico y apuntando hacia una de las paredes de la sala. Podría ser una cola de espera, el rastro de gentes dando fe de una paciencia extraordinaria para conseguir algo. Algo que les va a abrir paso al futuro, que les va a divertir o que les libera de una deuda... no lo sabemos, pero como insinúa la palabra, en la espera hay esperanza y el muro que se antepone a esta fila puede ser el umbral que hay que franquear para lograr un objetivo, si no queremos simplemente considerarlo el fondo de un callejón sin salida.

Pero, incluso en ese último caso, podemos depositar nuestra ilusión en esa gran alfombra tejida pacientemente con largas tiras de papel de periódico que se halla en un extremo de la sala. Ya de pequeños nos sorprendieron las exóticas alfombras voladoras de los cuentos orientales y probablemente nos preguntábamos cómo podría soportar una simple alfombra el peso de cuantos guerreros, aventureros y princesas se hubieran colocado en ella, llevándolos por los aires a lugares mágicos o simplemente permitiéndoles escapar de un destino cruel. ¿Acaso resistirá tanto cuerpo un material tan frágil como el papel de periódico? Quizás la magia de esta alfombra resida en todo lo que pone en sus páginas, en esta multiplicidad de textos, imágenes, lenguas y opiniones que se ven reunidos en un único tejido. ¿O es que la fuerza de las palabras y de las ideas depende de la calidad del papel en el que se escribieron?

Muchos idiomas encontramos igualmente en un vídeo en el que se nos muestra un locutorio público, establecimiento bien conocido de determinados barrios de las grandes ciudades europeas. Vemos gente de muchos lugares del mundo entrar y salir de las cabinas telefónicas y entablar conversaciones que podemos escuchar en la sala. Oímos francés, español, árabe, búlgaro, indonesio, chino, turcomano... y probablemente estas imágenes nos hacen pensar en los muchos inmigrantes que han llegado a Europa, buscándose la vida lo mejor que pueden, haciendo trabajos difíciles y viviendo en condiciones precarias. Pero, si llegamos a entender alguno de estos idiomas, descubriremos que el tema de las conversaciones no son las preocupaciones de un hijo, un padre, una madre alejados de su familia, sino los menesteres de unos artistas, conversando sobre exposiciones, concursos y proyectos con comisarios de exposiciones, críticos o colegas de profesión. Y muy pronto, al ver a una persona entrar o salir de la cabina, nos daremos cuenta de que lo construido artificialmente son las imágenes, mientras que las charlas son reales.

Pero las apariencias dudosas no se quedan ahí. La misma sala que cobija esta exposición pretende hoy ser un “white cube” y mañana puede albergar una velada literaria, un concierto, una sesión de cine, con filas de sillas y público incluido. Cuando le comunicaron, durante la concepción de su trabajo, que el majestuoso piano de cola se tenía que quedar en la sala de la exposición, Adela Picón no dudó ni cinco minutos en integrar este instrumento en los planes para su instalación. Como un elemento más de los muchos que visten el mundo en el que vivimos, este símbolo de la riqueza y de la cultura burguesa del mundo occidental entra en dialogo con un locutorio, con una fila de zapatos, con una alfombra mágica. Y debajo de su cuerpo voluminoso descubrimos un gran número de paquetes misteriosos envueltos en papel de periódico, como si se les quisiera proteger de la intemperie. Y nos preguntamos ¿qué habrá en estos paquetes, de qué hablarán las muchas noticias en lenguas de lugares lejanos que quedan visibles en el exterior de cada uno de ellos, quién los habrá acumulado allí, le cambiarán la partitura estos objetos a un músico que quiera hacer sonar el instrumento?

Quizás antes de contestar a nuestras propias preguntas y dirigiendo la mirada hacia la pared opuesta al locutorio, nos encontremos con un logotipo que ha dado nombre a toda la exposición. Rodeado de doce estrellas en perspectiva dinámica leemos el vocablo “transeuntar” como si de una marca comercial se tratara. Un verbo nuevo, derivado de “transeúnte” y terminando en “untar”, acto de aplicar grasa a una bota de piel por ejemplo, por el cual la bota cambiará de color, de tacto y de calidad. En alemán, lengua mayoritaria de la Unión Europea, a los inmigrantes se les llamó durante mucho tiempo “Gastarbeiter”, trabajadores huéspedes, como si fueran transeúntes que vienen y van. Hoy sabemos, que no solamente no se suelen ir, sino que su presencia ha cambiado y sigue cambiando el mundo que nos rodea. Muchos discursos sobre la integración no se dan cuenta de que nadie se puede integrar en un dispositivo social que dejó de existir en el momento de su llegada.

No obstante, dicho todo esto, hay que matizar que, con esta conjunción de objetos de variados materiales, técnicas, tiempos y valores, nos encontramos ante un dispositivo abierto a múltiples interpretaciones y cada cual es libre de imaginarse su propia historia. Adela Picón quizás solamente nos quiere decir que las cosas no suelen ser lo que parecen a primera vista. Y que para descubrir lo que se esconde debajo de la superficie hay, como mínimo, que mojarse los pies.